Resumen
La acción de Trenes en la niebla se inicia a partir del hallazgo de un cuaderno escrito en 1945 por un prisionero franquista, destinado al destacamento penitenciario de Garganta de los Montes, y obligado a trabajar como “esclavo” en la construcción de la vía y los túneles del ferrocarril en el trayecto Madrid-Burgos. El diario llega a manos Daniel Arias Cubel en 1999 y es el detonante para que este empresario publicitario deje su vida en Madrid e inicie una indagación sobre los campos de trabajo durante el franquismo.
La historia del pasado colectivo sirve a Daniel Arias para repensar su propia condición y para hablar de otra desaparición, la de su hermano, Joaquín Arias, en 1983, en el valle de Lozoya, donde se ubicó el campo de concentración. En el inicio de la investigación acompañará a Daniel una mujer, Amelia Miranda, con quien mantendrá una corta relación sentimental. Amelia tiene también sus intereses en la investigación y develará (parcialmente) su identidad hacia el final.
El tiempo de la investigación abarca desde 1999 a 2002 y el de los hechos se remonta hasta 1945. En su búsqueda Daniel Arias se encuentra con Braulio Fuentes, un ex soldado y carcelero, que encarna la figura del perpetrador. Braulio, convertido en un anciano al que le quedan pocos meses, cuenta los hechos del pasado desde el arrepentimiento. Años después de su servicio en el campo de trabajo forzado, mientras ocupa un cargo de maestro y oculta su pasado, recopila información sobre otros campos de reclusión en España que estuvieron en activo entre los 40 y los 60, contabiliza 104. La voz del perpetrador aparece por medio de diálogos, por una carta y por las memorias que deja escritas.
Por otro lado, la historia de la represión franquista se superpone con una serie de desapariciones que se relatan en la novela, todas en los parajes de la Sierra del Brezo: un pastor desaparecido (1973), una excursionista en el valle del Lozoya (1978), un cazador (1969) y, finalmente, la de Joaquín Arias, hermano del narrador, en 1983.
Hacia el final de la historia la novela deja entreabierto un paso hacia el género fantástico, dejando pistas explícitas de que el prisionero que escribe el diario en 1945, muerto en una explosión en el túnel, es en realidad el joven Joaquín Arias, desaparecido en 1983, que ha viajado al pasado por medio de un portal temporal en el túnel del ferrocarril.