Resumen
La colección de relatos Los peces de la amargura nos muestran la vida en Euskadi durante los años en los que la violencia terrorista de la banda ETA afectaba a todo el pueblo vasco. A través de diferentes narradores, algunos homodiegéticos testigos y otros heterodiegéticos testigos u omniscientes, se nos narran las consecuencias, amenazas, la glorificación y la crueldad de los terroristas desde el punto de vista tanto de los perpetradores como de las víctimas directas y las colaterales.
Si nos fijamos en las víctimas de los atentados y de la violencia física y psicológica ejercida por ETA, asistimos a la recuperación de una víctima de un atentado con bomba en un banco que le impide volver a caminar de por vida y cómo esta secuela afecta a su nueva vida: las rutinas se ven alteradas, las relaciones cambian y su estado de ánimo empeora. Sin embargo, pese a las dificultades que se le presentan, decide no desistir y, con orgullo, hace frente a su nueva realidad.
Vemos, asimismo, el acoso que sufren las familias de agentes de la ley en las listas de ETA ajenos a la administración vasca, como es el caso del marido de Toñi, un guardia municipal que fue asesinado por abertzales al descolgar del mástil del ayuntamiento la bandera vasca en las fiestas patronales. La familia es acosada por una mujer que recientemente había perdido a su hijo etarra a manos de un guardia civil y por los afiliados al grupo hasta que la familia cede ante las amenazas y, por su seguridad, deja el País Vasco. Por otra parte, en la misma línea nos encontramos con la familia de Antonio, un cabo asesinado en un atentado cuya muerte es celebrada con ámbito festivo en el pueblo.
También está Eusebio, un trabajador que, por casualidad, es herido en un atentado con coche bomba en la carretera. La gravedad del atentado, que alcanzó a varios viandantes, fue tal que, como en cualquier acto terrorista de la banda ETA el lehendakari iba a acudir para mostrar respeto a las familias de las víctimas y a los heridos, sin embargo, todas las expectativas de la familia de conocer al presidente y recibir una indemnización por los daños se esfuman cuando, en ese mismo día, se comete otro atentado aún más grave que impide la asistencia del representante del gobierno vasco.
Hay, sin embargo, otras víctimas que no estaban en el punto de mira de los etarras y que sufren la violencia de manera fortuita: una familia cuyo vecino es concejal socialista y que se enfrenta a la violencia dirigida hacia él en su finca, un hijo que queda traumatizado de por vida por ser testigo del asesinato de su padre durante la infancia, otro que abandona las influencias abertzales a causa de conocer que su padre había sido asesinado por la banda terrorista o un padre de familia que, por las presiones sociales, el rechazo de su pueblo y las amenazas de los etarras se suicida al ser falsamente acusado de ser un chivato.
Si reparamos ahora en los perpetradores, nos encontramos con la glorificación de los terroristas, padres, hermanas o hijos que son vistos como defensores y libertadores de la patria vasca. Vemos, por ejemplo, a Joxian, un etarra encarcelado cuya sentencia es fruto de manifestaciones e indignación en su pueblo. Su madre en las visitas a prisión se muestra a favor de los actos de su hijo, y solamente le reprocha que algunas de las víctimas fueran niños. Ella recibe un trato excepcional por ser familiar de un gudari (un guerrero) pero, asimismo, el acoso de los familiares de las víctimas.
Este acoso no lo sufren Koldo y su compañero de atentados, que desde niños estuvieron metidos de lleno en las operaciones etarras, soñando con el día en que pudieran bombardear las calles de Madrid y liberar a sus compatriotas encarcelados. Cuando por fin pueden llevar a cabo el atentado con coche bomba en la capital española, Koldo es abatido por la guardia civil y su compañero encarcelado y maltratado por los presos.
A través de la voz de los personajes, Aramburu muestra la violencia sistemática sufrida durante décadas en Euskadi y en el resto del territorio español, a la vez que nos presenta las diferentes perspectivas de un pueblo que por una parte glorifica a los etarras, y por otra los condena, siempre con el miedo a estar en el punto de mira de la organización terrorista. Pese a que muchos de los personajes tienen nombre propio, muchos otros tienen una denominación mucho más general, como “la hija”, “el prisionero” o “la madre”, que nos permiten entender las historias como comunes a toda la sociedad vasca.