Resumen
Adriana es una niña diferente a las demás, callada, con su propio mundo interior y su lenguaje. Su forma de entretenerse es observar a los habitantes de la casa, esconderse y oírlos hablar y fantasear con el Unicornio del cuadro del salón. Este Unicornio forma parte del mundo imaginario en el que se refugia, a raíz de la situación que vive, no solo en su casa, sino con los progresivos avances de la guerra que se avecina. Los adultos de la casa, o como ella los llama “los Gigantes”, se le presentan totalmente ajenos, incluso su madre, su padre y su hermana no son figuras conocidas o positivas. Sus únicos amigos son el servicio de la casa: tata María e Isabel, la cocinera. Con sus hermanos Jerónimo y Fabián tampoco guarda una relación cercana.
Cuando crece surgen responsabilidades que amenazan la tranquilidad de la pequeña Adriana, entre ellas la escolarización. Tiene que ir a una escuela en la que no conoce a nadie y se espera de ella un comportamiento ejemplar por ser hija y hermana de quién es. La novela, en este sentido, trata muy bien la problemática de los roles de género y las expectativas que sufrían las mujeres en la sociedad del momento. No solo expectativas de género, también de clase. Adriana es señalada como “mala” y carga con este estigma durante toda la narración, solo por el hecho de no comportarse exactamente como los demás esperan de ella, por ser una "chica rara". Por ello sufre castigos muy crueles que la obligan a refugiarse más que nunca en su imaginación y el mundo que había creado para sí misma.
Conforme va madurando, el comportamiento de los demás hacia ella también se modifica. A medida que empieza a ser percibida como una señorita, su ropa cambia, sus obligaciones y sus compañías, igualmente, han de transformarse. Así, su madre intenta prohibir que pase tanto tiempo con el servicio que la ha criado, cambia su cuarto de sitio y la obliga a relacionarse más con su hermana, incluso, le busca una amiga nueva, más apropiada para ella. Una de las compañías de las que intenta privarla su madre es Gavrila, un niño ruso que vive en el mismo edificio que ella y con el que Adriana pasa mucho tiempo. Como Gavri es un niño, y además hijo de una bailarina, no es una amistad adecuada para la joven. Sin embargo, es una de las personas que más feliz la hace, ya que leen, imaginan y sueñas juntos, es decir, hablan el mismo idioma. Hay también otros personajes como la tía Eduarda, que aceptan a Adriana tal como es y que entienden que no hay nada malo en su mundo interior.