Resumen
Un grupo de seis falangistas: Rogelio Cerón, Pedro Alberto Echabarri de Neguri, Luis Ceberio, Fructuoso Ordoñez, Eduardo García y Salvador Fernández, sacan de su casa, de madrugada, en las inmediaciones de Getxo, en verano de 1937, al maestro Simón García y a su hijo Antonio, a los que ejecutan en un descampado cercano, en la vega de Fadura. Joseba Ermo, vecino del maestro, es quien lo ha acusado de simpatías comunistas.
El grupo de falangistas se aloja en un palacete expropiado y entregado al nuevo alcalde, Benito Muro, advenedizo simpatizante franquista, y su esposa, Cipriana Ortúzar, y desde allí planean nuevas salidas nocturnas para ejecutar a sospechosos. Sin embargo, Rogelio Cerón (uno de los dos narradores en primera persona de la historia) no puede olvidar la mirada que le dirigió otro de los hijos de Simón, el pequeño Gabino, mientras se llevaban en coche a su padre y a su hermano. Con la colaboración de Cipriana, finge estar enfermo para escabullirse de las nuevas misiones y acude a escondidas al lugar del asesinato de los García. Allí encontrará únicamente tierra removida y un palo clavado que arranca y arroja con furia. El pequeño Gabino ha enterrado los cuerpos y ha señalado la tumba con un esqueje de la higuera de la casa familiar, que pronto pasará a manos del delator, Joseba Ermo.
Rogelio acude desde entonces cada noche para encontrarse con Gabino, de quien cree recibir conminaciones silenciosas (custodiar la tumba y regar el repuesto esqueje de la higuera), temeroso de que lo mate, en venganza, en cuanto alcance la mayoría de edad. La obligación autoimpuesta por el falangista lo obsesiona hasta tal punto que termina instalándose definitivamente al descampado. El lugar es frecuentado también por Ermo, que achaca la presencia de Cerón a la existencia de billetes de banco enterrados con los cadáveres, y por Cipriana, que cree adivinar en la actitud de Rogelio el arrepentimiento, mediado por la virgen, por el crimen cometido.
Los años pasan y Rogelio, que ha conseguido que le cedan el terreno en recompensa por los servicios prestados durante su pasado falangista, ya no se moverá de la tumba de los García, pese a que consigue, de nuevo con ayuda de Cipriana, que Gabino sea aceptado en el seminario y se convierta en sacerdote, destino que liberaría a Rogelio de ser asesinado por el muchacho. Hasta la ya crecida higuera y la tumba escondida en sus raíces acudirán periódicamente, además del taciturno Gabino, el avaricioso Ermo y la incondicional Cipriana, los compañeros falangistas de Rogelio, que lo toman por loco y están ansiosos por arrancarlo del lugar del crimen (claramente señalado, según entienden), Loreto, su antigua novia, ahora en la Sección femenina y con una propuesta de matrimonio preparada por Pedro Alberto y rechazada por Rogelio, y una colección de curiosos que lo han tomado por un santo capaz de obrar milagros y acuden hasta él en constante, devota y molesta peregrinación. Cerón será inamovible, celoso guardián de la tumba, hasta la noche de su muerte, en mayo de 1966, ahorcado de una las ramas de la imponente higuera por sus antiguos compañeros, que lo consideran un traidor y hacen pasar por un suicidio este nuevo crimen.
El terreno, según nos cuenta Mercedes Azkorra (la segunda narradora en primera persona de la historia), lo terminará expropiando el ayuntamiento, no antes de que Ermo trate de profanar la tumba y reciba una tremenda paliza de los falangistas, celosos de que no sea descubierto el secreto que se oculta bajo la higuera. Pese a estos esfuerzos, los habitantes de Getxo deducen que es la tumba de dos represaliados durante la guerra, enterrados treinta años antes por el ahora párroco Gabino García, que acude a rezar a la higuera, símbolo de la antigua casa familiar, junto a su madre, Aurore, su hermana Karmele y Pascuala, maestra y antigua compañera de Simón. Sobre el terreno expropiado, sobre el que se construirá un instituto de enseñanza media, Gabino propone al ayuntamiento la creación de un jardín botánico. La higuera, y su secreto, permanecerá así intacta.