Resumen
Nikola Agirre, alias Metxa, es un preso veterano que perfora la tierra y abre pasos subterráneos, no para fugarse de la cárcel sino para entrar en ella, las veces que ha sido puesto en libertad. Paradójicamente, el camino hacia la libertad reside para el protagonista en dejar que lo apresen. «Yo necesitaba huir de vuestro mundo podrido, y fui en busca de la compañía de personas concienciadas. Los verdaderos valores sólo se pueden encontrar entre las personas que fueron condenadas por los jueces, y por eso me fugué de (vuestro) mundo a la cárcel» (218).
La reflexión que subyace en la novela pone en cuestión conceptos gastados como libertad y cautividad para revelar el verdadero significado de la libertad, así como para despertar la conciencia «ante el poder que nos domina constantemente» (141).
La novela está compuesta por diecisiete capítulos, incluido el epílogo (“En alabanza al abuelo”) que está marcado por un cambio en la instancia narrativa. El narrador es el propio Metxa, quien utiliza la primera persona y el tiempo verbal presente; en cambio, el último capítulo está narrado en boca de Martin Hurson, un amigo preso.
Más allá de ser ex miliciano y ex preso de la Guerra Civil, Agirre es un cuentista excelente y en cada cárcel relata a sus compañeros infinidad de anécdotas. Pese a que algunos compañeros le acusan de que sus hazañas son inventadas, «el gudari de Intxorta el partisano de Dolomitas el saboteador de Mauthausen (...) el maqui de Aralar el espía de Herrera de la Mancha (...)» es consciente del carácter narrativo de la memoria, así como del elemento imaginativo que le es inevitable al acto de narrar, incluso cuando se trata de narrar su propia vida (239).
«El viejo Agirre, pese a ser un preso voluntario, querría destruir todas las cárceles» (contraportada). A través de los intensos debates que suscita entre los compañeros presos y los funcionarios de la cárcel emite un claro mensaje político: la lucha por la superación del reformismo, sólo puede venir de la revolución comunista (173, 228…). No obstante, lejos de ser ortodoxo, revisa constantemente, con un pensamiento crítico, aquello en lo que cree: «(...) guardo en mis libros las hojas que recojo en el patio y las dejo secar. Algunas hojas (...) se quedan adheridas a la página, no pueden despegarse de las letras que leen, viven como arrodilladas ante ellas (...) Que el/la revolucionario/a camine de libro en libro, porque si no, puede quedarse adherido/a a un único libro (...) de la misma manera que una hoja marchita (...)» (159, 169).
Son sin embargo las declaraciones pronunciadas por Agirre en la Audiencia Nacional, las que reflejan en su plenitud las reflexiones que atraviesan la novela: «(…) ¿Qué delito he cometido yo, en mis anteriores y recientes periodos de prisión, más que el de sufrir vuestra tortura letal? He conocido todos los centros penitenciarios (...) yo soy el preso vasco más veterano. Sin embargo, no habéis conseguido el desenlace que esperabais para mí (…). Nos tenéis dominados, pero nunca nos venceréis (...) Señor jefe de servicio, me niego a firmar mi libertad. Si firmara el papel que usted me ofrece, justificaría vuestro crimen» (227, 259).