Resumen
La hija del caníbal presenta la historia de Lucía Romero, una escritora de literatura infantil, que experimenta un extraño suceso: la desaparición de su marido, Ramón Iruña. El relato se construye a través de una narradora interna poco fiable, la misma protagonista, que pone en evidencia sus propias mentiras a lo largo de la narración.
La novela se inicia en el aeropuerto de Barajas, donde Lucía y Ramón esperan para embarcar hacia Viena. Sin embargo, Ramón se ausenta para ir al baño, donde desaparece sin dejar rastro. Se inicia así una trama de investigación, donde Lucía, junto a sus dos vecinos, Félix Roble, un anciano anarquista, y Adrián, un joven que inicia una relación íntima con nuestra protagonista, tratan de llegar al final del caso, dominado por la corrupción política y el espionaje.
Lucía decide acudir inicialmente a José García, el inspector de policía, pero el cuerpo policial parece no querer cooperar. Al día siguiente de la desaparición, la protagonista recibe un mensaje de los secuestradores, quienes le piden un rescate. Esta misión y otro intento posterior son fallidas, y el grupo descubre que la policía estaba involucrada. Tras estos acontecimientos, el inspector García acude a su casa para informarle de las pistas que maneja, pero Lucía no sabe si puede fiarse de él. Esta sensación de desconcierto se ve enfatizada cuando recibe un paquete que contiene el dedo amputado de Ramón, tras lo que queda a la espera de más instrucciones. Así, a los pocos días recibe una llamada en la que logra ponerse en contacto brevemente con su marido, quien suena débil y dolorido, además, los secuestradores le permiten volver a intentar hacer la entrega del dinero en el cine Platerías, donde, finalmente, Lucía consigue completar la operación. Sin embargo, lo que podría ser el fin de la angustia que persigue a la protagonista, resulta ser solo el inicio, pues, tras esto, es citada por la jueza María Martina, quien, junto al inspector, le informa de la situación a la que creen enfrentarse: Ramón realmente es colaborador interno del grupo Orgullo Obrero, a quien hacía grandes entregas de dinero bajo extorsión, y, tras intentar huir, lo secuestraron. Esta declaración supone un punto de inflexión en Lucía, pues toma conciencia de lo poco que conocía realmente a su marido, pero también se muestra desconfianza con la investigación policial. Por ello, de vuelta a casa, comienza con Félix y Adrián una investigación paralela que los lleva a involucrarse con personalidades clandestinas como Manuel Blanco o Li-Chao, que los ponen en situaciones de alto riesgo. Sin embargo, la verdad no tarda en aparecer, y el caso parece, por fin, concluido: Ramón no es realmente una víctima de un secuestro, sino que está involucrado en una trama de corrupción relacionada con altos cargos del gobierno, junto a ministros, directores generales, y manteniendo relación incluso con grupos terroristas. Además, Orgullo Obrero era solo una fachada para ocultar su corrupción y desviar la investigación.
Finalmente, una vez cerrada la investigación, tanto Adrián como Félix se marchan, el primero a iniciar un sello discográfico, y el segundo se inicia en unas vacaciones con la madre de Lucía. Mientras tanto, el descubrimiento de la realidad produce en Lucía un desconcierto tal que la lleva a experimentar un proceso de reflexión interna, donde tenemos acceso a vivencias de su pasado como la tragedia del accidente de tráfico donde perdió a su hija de seis meses de embarazo, o la relación que mantenía con sus padres. Siempre había considerado que su padre, apodado el “Padre-caníbal” fue una figura abusiva y dominante, mientras su madre había sido una víctima sumisa ante él, sin embargo, en una última conversación con él al final de la novela descubrimos que la relación conyugal había sido mucho más compleja que aquello, y que su padre era algo más que el “caníbal”.
La novela, además de esta trama policíaca, también presenta el relato de Félix Roble, a quien la narradora le cede la voz para insertar su historia. Así, descubrimos que este personaje fue un aliado anarquista, que inició sus andanzas desde México, años antes de la guerra civil en España, donde conoció a grandes héroes de la causa como Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, miembros fundadores, junto a Juan García Oliver, del los Solidarios, un grupo anarquista radical que luchaba contra las injusticias sociales en España a principios del siglo XX. Félix, tras sus primeras incursiones por América Latina, donde pierde parte de la mano, marcha a España junto a su hermano. La etapa vital de joven anarquista en este país estuvo marcada por su afición al mundo taurino, que lo lleva a convertirse en torero y a ser apodado Fortunita Sin embargo, pese a vivir en un mundo conservador, Roble mantenía en secreto sus ideas anarquistas, y participaba clandestinamente en actividades del sindicato. La mayor actividad política, no obstante, no tendría inicio hasta la llegada de la guerra civil, momento en que se une a la lucha revolucionaria, dejando atrás su vida como torero para involucrarse por entero a la causa. Félix, además de batallar en España, también marchó a Francia, donde continuó su lucha en la clandestinidad. Tras esta estancia, la vuelta a su país natal requirió de una identidad falsa: Miguel Peláez, quien se instaló en una pensión en las Ramblas de Barcelona, y comenzó trabajando como estibador en el puerto. Además, estos años conoció a la que sería su gran amor, Amalia Gayo, conocida como Manitas de Plata. Sin embargo, esta relación estuvo marcada por grandes tensiones, que, finalmente, llevarían a Félix a volver a América Latina, pero, tras un encuentro con un personaje clave en México, regresa a España bajo su verdadera identidad, y comienza a rehacer su vida, marcada siempre por la memoria de su pasado.