El sueño del caimán

El sueño del caimán narra la historia en primera persona de un ex guerrillero comunista, que formó parte de un grupo clandestino durante la dictadura franquista. La narración se teje entre dos hilos temporales: un presente en el que encontramos a un anciano que vive en Canadá, a punto de jubilarse, y un pasado evocado ante la llegada de un antiguo compañero al hotel en el que trabaja. Este personaje es Luis Bielsa, quien es invitado con motivo de la inauguración de un monumento dedicado al batallón Mackenzie-Papineau. Bielsa parece no reconocer al narrador, quien, sin embargo, queda convencido, gracias a la cicatriz de su mano, de que aquel hombre consumido es el resultado de aquel otro joven al que conoció hace cuarenta años en Barcelona. El recepcionista le da la llave de la habitación 108, en la que, a través del teléfono, podía escuchar la actividad de su interior.
Es así cómo el día a día del protagonista comienza a mezclarse con recuerdos y sueños del pasado. Recuerda aquel verano de 1956 en que conoció al recién llegado, por entonces un joven que acababa de salir de la cárcel, donde, gracias a su silencio, consiguió el respeto de los demás presos. El encuentro con el español se produjo a través de Robert Rojinsky, a quien Bielsa conoció en el frente de Teruel durante la guerra civil, y con quien volvió a encontrarse años más tarde en Francia, en los últimos compases de la guerra mundial. Por su parte, el protagonista, apenas unos años antes de marchar a Barcelona, abandona el pueblo y la casa del hombre con el que se casó su madre tras la muerte de su padre, y comienza a trabajar en una fábrica textil en Málaga, donde Corpas, el peluquero, comenzó a hablarle de comunismo. Hasta que, ya convencido con la causa, marcha a Barcelona. El cuarto miembro del grupo clandestino es Sebastián Pasos, de larga trayectoria en la actividad antifascista, por lo que entraba y salía de la cárcel constantemente. Michelena, por su parte, se dedicaba a la labor artística, pintando cuadros de personajes famosos en su almacén, y Vera, finalmente, dejaba atrás a su padre fusilado y a su hermano encarcelado al abandonar Extremadura, tras lo que establece contacto con Sebastián Pasos y llega a Barcelona.
De este modo, las trayectorias de los personajes convergen aquel año en la capital catalana, y es en el almacén del Poble Sec donde se inician las reuniones clandestinas. En la primera reunión de Bielsa se dispararon las opiniones a su respecto, pues Rojinsky era su férreo defensor, y, de igual forma, el narrador presenció que en el silencio entre Vera y el susodicho comenzaba a dibujarse algo más. Sin embargo, Sebastián Pasos y nuestro protagonista mantuvieron una mayor distancia ante la falta de confianza que les otorgaba el nuevo miembro. Fue en aquella reunión en que el futuro recepcionista propuso asaltar el polvorín de Bobadilla en Málaga, lo que fue secundado por el mismo Bielsa, comprometido con ayudar económicamente. Más adelante, en la segunda noche de reunión, ante la ausencia de Vera, el protagonista se sumió en los pensamientos sobre ella, mientras Rojinsky hablaba del batallón Mackenzie-Papineau, que formaba parte de la XV Brigada, donde, tanto él como Bielsa, participaron. Así, aunque no tenían todas sus confianzas dispuestas en Bielsa, finalmente, el grupo lo aceptó en su lucha. Ante esta nueva situación, Luis les presentó a Bernardo Burín, un juez que, según Bielsa, les ayudaría con la causa en caso de requerir auxilio judicial. Sin embargo, su promesa de viajar a Francia a conseguir el dinero comenzó a retrasarse, lo que provocó numerosos enfrentamientos con Pasos, quien le dio un ultimátum. Lo que tanto temían los jóvenes guerrilleros terminó por volverse realidad, pues Bielsa huyó sin dejar rastro. No obstante, la misión no se canceló, y fue un día de primavera en que el grupo partió hasta Badalona. Allí, llegaron a una gran explanada en la que solo había una furgoneta de color verde claro, desde donde se disponían unas sábanas. Cuando Rokinsky comenzó a caminar en aquella dirección, una sombra entre aquellas sábanas les advirtió de que algo no iba bien. Habían caído en una trampa. Comenzaron a recibir disparos, que Rojinsky y Pasos devolvían mientras trataban de huir, pero, finalmente, dos coches de policía avanzaban hacia ellos. Rojinsky murió aquel día, y los demás fueron detenidos. Fue en Barcelona a principios de 1958 cuando los juzgaron. Entre los testigos estaba Bernardo Burín, quien declaró, y explicó que Bielsa había acudido a él en un momento de arrepentimiento, confesando que estaba relacionado con una célula terrorista, por lo que, finalmente, decidió huir. Vera trató de justificar a Bielsa, sin embargo, esta declaración quedó invalidada por la relación que Vera y Luis mantenían. El juicio terminó sentenciando: la condena a muerte para Sebastián Pasos, la condena perpetua para Michelena y el protagonista, y treinta años para Dolores Vera.
El narrador, finalmente, estuvo nueve años en la cárcel, pero Michelena murió de una enfermedad entre los barrotes de la prisión. Sebastián tardaría algunos años más en salir, pero tras conseguirlo, se reencontraría con el narrador en Canadá, donde vivía con su mujer antes de que esta falleciera años más tarde. Así, la figura de Luis Bielsa trajo consigo, no solamente el recuerdo de la lucha, sino también la sed de la venganza. Por ello, tras cuatro días de duda, decide ponerse en contacto con Sebastián Pasos para anunciarle que Luis Bielsa está de vuelta, y, como cuando era niño y salía a cazar gorriones con su hermanastro, él tan solo alumbraba al pájaro dormido.